No llores, latido,
que el sol no me niega su calor
y brilla también para mí,
aunque me ciegue el mirarlo.
No llores y háblame,
que necesito escucharte.
Háblame y lánzame en tu voz quebrada
contra las crestas del aire.
Préstame una mirada
donde pueda naufragar mi fracaso.
Abrázame para dormir
en las aristas de una derrota cobarde.
Por favor, latido,
no te calles. No me dejes a solas,
cara a cara con la vida,
en el momento en que la dicha
se acerca, me mira, se burla de mí
y se gira.
(Poemario, Al Calor de la Idea)
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