Hay un lugar mágico, ignoto y lejano, donde las princesas de todos los cuentos esperan en la casa de las hadas el regreso del príncipe que partió a inspeccionar este mundo... y se volvió mundano.
"Nunca encendáis una vela al cielo para que os quieran
—les decía el hada—,
si el que os quieran depende de una vela".
Entendió una princesa que debía buscar a su príncipe saliendo de la espera y bajó decidida a encontrarlo.
Lo encontró borracho de vanidades en las fiestas del monte rictus.
Al ver que no la reconocía, lanzó sus llantos al cielo y las hadas le enviaron una rosa, una honda y la voz de un ruiseñor que presto fueron a su mano.
Sin dudarlo ni un segundo, le dio amor y el malasaña acontrito, sin dudar, mordió su mano.
Se quedó sin mano.
Le volvió a ofrendar amor, como manjares a un dios, sobre pétalos de rosa y el mutante sin sapiens rasgó los pétalos.
Se quedó sin rosa.
Cargó la honda de amor y la lanzó con tal fuerza que volando se hizo luz afilada como flecha; pero el mundano perverso se apartó para que cayera al barro y raudo la pisoteó, danzando sobre honda de amor, como en las fiestas de Baco.
Se quedó sin honda.
Con la voz del ruiseñor entonó grito de amor y el sapillo pintojo le dio la espalda y taponó sus oídos con cinismo sado infartus.
Se quedó sin voz.
Las hadas, en primorosa premura, le enviaron una nube para que le lloviera amor al renegado inclemente que al instante abrió el paraguas seguro de que, como en sus karmas de antaño, le caerían rayos despegadores de sus libertinos atracos.
La princesa llamó a la nube y se subió en ella. Al punto de elevarse, oyó la voz de aquel clamando amor. Lo miró y sobre aquella nube pasó de largo.
Por encima del lamento autocompasivo de aquél que se trucó mundano, destacó la voz de un hada:
"Homínido estuosamente estulto,
ahora que tienes lo que reflejas,
¡¿De qué te quejas?!"
©Mara Romero Torres, En las olas de tus ojos
(La imagen que ilustra este Cuento-Poema ha sido tomada de internet)