Audio del poema
Piensa en un lugar oscuro
donde habitan el oxígeno y el agua:
oxígeno para hacer la vida
con agua de azúcar y sal.
Piensa en un niño zahorí
que irrumpe en la oscuridad
y encauza con sus varillas
el agua dulce hacia la sed,
el agua salada hacia la emoción.
Piensa entonces en dos ríos
que fluyen paralelos, desde un punto indefinido,
y observa en tu pensamiento
la conjunción de un aliento con una luz extraña
y que, agitando las aguas,
extrae burbujas de esos ríos para lloverlas
en tu sed y en la mía,
para regar tu emoción y la mía
y verás que ni el mar ni el Océano
tienen extensión suficiente
para impedir nuestro Ser semejante.
La misma agua que calma mi sed, calma la tuya.
La misma agua que derraman mis ojos, derraman los tuyos.
El niño zahorí no descansa.
Ejerce su radiestesia
sobre el albergue oscuro de un corazón de luz
buscando el encuentro con el corazón paralelo
que al emerger rompa el silencio con el sentir de hermano.
Piensa ahora
que tú y yo venimos de aquel lugar oscuro
donde habitan el oxígeno y el agua
y que somos habitáculo del corazón
que el niño zahorí hace vibrar con sus varillas.
Para tu sed está mi agua, para la mía la tuya;
para entendernos y compartir, nuestros ojos contienen
el idioma universal de las lágrimas.
Y piensa, por fin, que ni tú ni yo somos ajenos
ni llevamos caminos desiguales.
Ambos venimos del niño zahorí
y somos dos hermanos en encuentro
que a él vamos.
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