Se llama Marco. Es un Dios. Lo supe desde el momento en que él decidió venir a este mundo de pruebas al que solo vienen los valientes. Si pudieras mirarlo con los ojos de la experiencia que ya ha descubierto el camino, verías que tengo razón.
No creas que él va a esperar a que lo averigües, no. Él va a pasar por tu vida; hará el ruido justo y necesario, para cumplir su propósito contigo, y seguirá su camino sin detenerse a esperar que crezcan las rosas.
Míralo. Mira cómo reconoce su origen. Cómo eleva sus brazos y ondea sus manos en comunión con los peces. Observa cómo recuerda el hogar del agua y cómo sonríe sintiéndose parte de la cápsula que le ayudó a transformarse en humano.
Si pudieras ver sus ojos en este momento, verías que lleva en ellos el poder de todos los cielos y que en su brillo está la clave que convoca a los ángeles y abre la puerta de los mundos. Viene preparado para aprender y, sin embargo, ya ha comenzado a enseñar.
Y se llama Marco. Y es un Dios. Ambos lo sabemos. Su principio y mi final convergen en el punto que la juventud ignora. Él sabe de dónde viene y su mente tiene conexión con la Fuente y yo, que dirijo mis pasos a ella y sé adónde voy, lo amo y lo venero como sólo es capaz de adorar quien ha visto de cerca los ojos de Dios.
(©Mara Romero Torres)
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